15.4.08

Se acabó la excursión


Ríos como toros oscuros (coloraos y cafetos) nos recibieron en sus orillas. Se desataron las furias; los vientos los soplaba Eolo con el mal humor de quien ha padecido un insomnio transitorio; el agua de la benéfica lluvia caía dando bofetadas y puñetazos a mansalva. La excursión se convirtió en aventura: se deshacía la tierra bajo nuestros pies y el cauce del río nos arrojaba sus manos líquidas con no muy buena intención.
El río, vacío oscuro sobre el que el tiempo se detiene arrimado a los farallones rojos, suscitando todo tipo de preguntas sobre dónde nos llevará aun permaneciendo quietos, extáticos ante el fluir del agua que en su curso es la misma y es distinta, empapada y atrapada en su ensimismamiento. En el río, todos nos volvemos un poco krausistas y admiramos el arte natural por su propia forma sin artificios, arte en sí mismo, por él mismo, porque sí.
Nos recibió la más acalófila versión de la naturaleza, y, aún así, nos rindió su hermosura desatada. Aún dormían las larvas bajo la nieve, y los hontanares rebosaban. Agua, agua en todas sus formas.

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