25.8.11

24.8.11

Inés Ramón Campodónico o la vida despacio: Respuesta.

Leo y releo tu Hungría y tu Selección de poemas. ¡Cuánta soledad! ¡Cuánta ausencia! ¿Qué dolor es ése, Inés?, ¡qué hondo el daño!, ¿de dónde?, ¿por qué?
Si puedo presumir de algo, es de leer con cierta conciencia, por eso he cogido mi caballo y lo he montado; me he puesto la escafandra y me he sumergido; el piolet y la cuerda y he ascendido a las cimas; he vestido el mono de jardinero para podar el aligustre del laberinto; la chaquetilla y la pajarita para servirte... no ese café que te espina la garganta, sino un zumo fresco, una manzanilla tibia que humedezca los labios sólo.
Por ese páramo ha cabalgado al paso mi caballo para ver tus heridas, respirar el polvo de la desdicha y, casi ciega, verte deambular hasta la noche vacía: un hueco ilimitado, un agujero de violentados augurios.
Este acento tan profundamente lírico, como una vena inclementemente abierta, deja fluir su sangre sobre el polvo de la soledad. Me admira lo poco común del discurso, Inés, tu contracorriente, tu consciencia de que la vida reside en un altísimo porcentaje en el corazón, esa caverna púrpura de tantos subterráneos, de pliegues confusos, de recovecos inéditos, de trampas inadvertidas, caverna iluminada u oscura, aunque viva mientras late para desmentir, aseverar o dejarse ir por la garganta en su grito ancestral aunque la desgarre.
Resulta desolador el esqueleto cóncavo que te convexa; dura, durísima tu percepción en ese poema declarativo que tiene el alto valor de la verdad (¡con qué frecuencia se omite la verdad en poesía!) aunque sea así de perfilada, de concreta. No huyes a pesar de fugarte a otra noche; ahí te quedas para sujetarte a la consciencia de la vida, a la solicitud de los insomnios y recordar al nonato, un vestigio fuertemente adherido a la memoria de su, esta vez sí, huida.
(Antes de proseguir, debo declarar mi asombro, Inés. Yo no estaba, pues, ni mucho menos equivocado cuando de aquella audición de tus textos en el Divino Amore me llegó el eco seductor de lo dicho tan distintamente. Aquella envoltura verbal de mis oídos se confirma hora en el atavío de tus palabras en mis ojos. Pero en esta ocasión me envuelve como en un tornado, vertiginosamente; sin embargo, como estoy en su ojo, lo veo todo, tengo tiempo de mirar y admirar, de ver pasar las emociones transmutadas en magníficas imágenes, metáforas exquisitas o símiles que adveo ya resueltos en esas formas que tanto se echan de menos y que me trae tu huracán por fin. Me refiero a que el lenguaje está muy bien trabado, la selección léxica denuncia flexibilidad, justeza y acierto; traslada quiero decir con abrumadora certeza lo que se quiere decir. Ese cómo es tan importante que es posible afirmar que la contundencia del mensaje nos advierte de una transposición ecuménica, de una traslación de la emoción personal a la emoción universal).
Decía que esas "huellas" son las de la nada. Alguien advirtió de que "la nada, esencialmente, define la belleza". Cuando esta afirmación se traslada al plano de la existencia y se deja de lado el contexto estético, esa nada puede ser muy violenta, exhausta de sed como tu "Lluvia", reclamo de una ausencia trasladable al Todo. Te sobrevuela acaso el llanto, como el del esparaván, que gime cuando yerra en la caza de su presa. Te imagino en esos paseos viajar hacia adentro, como muy bien traduce la réplica de tu poema con esos dos versos finales desmayados y plenos de sencilla genialidad. Tiene este poema un qué sé yo de misticismo, un vuelco del alma que recoge materiales para la escritura futura: "sin nadie a la vista", ha dicho Juan de la Cruz en la noche oscura.
Me vuelvo, regreso al pájaro de tu garganta, al balancín de tus cuerdas vocales que son, en realidad, tus falanges, tus tendones dorsales. Ese pájaro muerto en tu glotis y resucitado en tus manos ahonda, indaga en la búsqueda y resolución de un ostracismo, de la desolada conciencia de escribir. Rousseau afirmó que una mazmorra sería la mejor protección contra su exacerbada sensibilidad, pero Rousseau ensayó, ensayó mucho y muy bien; no pudo con la poesía. Que la posesión del poeta por su sensibilidad sea ya de una vez por todas una afirmación sin que se tache de autismo. Tales, mirando a los cielos, tropieza y se cae a un pozo, pero Tales filosofó mucho y muy bien y, aunque toda poesía ha de contener un sólido argumento filosófico (si hay que caer en el pozo, se cae), no debe prescindir de su exacerbación, como muy bien dice tu "Ser", poema espléndido, Inés, grato, voluptuoso: como lector, me adoro en él como Valéry se adoraba en su Cementerio marino.  Y me queda a mí también en la lectura una interrogación sobre el silencio del "Deseo" que cede la pluma a una voz de voces.
El abismo de la "Gravedad". ¿Qué tiene este poema de resaca en el que algo esencial y orgánico ha sido desgarrado tras su escritura? "Vete, pequeño libro" ha dicho Shakespeare, porque la ebriedad, el vértigo de la escritura tiene también su indolencia, esa especie de tristitia, como la propia del postcoitum. Después de la escritura, esa gravedad ha engullido incluso a la teoría. En ese tú que es Yo se encuentra la verdadera trascendencia, como una transmigración a otra cima desde la que observarte y conocerte. Nos conocemos sin reconocernos tantas veces en los poemas que advierto la medida casi exacta del tiempo en tus palabras rasgadas y compuestas, reconstruidas, empujadas a su destino, inducidas, por no se sabe qué, a dar contigo. Lo más hermoso, Inés, es tan difícil como raro; creo que de esto habló Spinoza con mucho criterio sin, naturalmente, conocer tu ejemplo.
Leo Hungría para confirmar cuanto he dicho hasta aquí: el delirio, la destrucción, el olvido, el silencio y el puñal, el instante, el miedo, otra vez la nada... manifiestan tal coherencia que dota a esos —imagino que para ti— poemas sueltos de una mayúscula unidad corporal. Habitamos en el mundo del lenguaje, Inés. Quizá tenga razón Steiner al afirmar que "el flujo de lo imaginario donde son hechas las vidas sin los límites del lenguaje natural deberían pertenecer al silencio"; pero yo digo que es la poiesis (en su estricto sentido etimológico) la que permite la insensatez de la esperanza. La esperanza sigue residiendo en la palabra, por mucho que se silencie. Yo creo que a todos nos compete seguir reflexionando sobre los versos de Dante: Oh quanto è corto il dire e come fioco / al mio concetto!, como tú lo haces, como deberíamos hacerlo todos.
Me rindo tan sinceramente a tu decir que excuso toda sospecha de adoración. Digo lo objetivo, Inés, si es que la emoción me lo permite. He sufrido contigo y estoy sujeto a la cornisa de su precipicio.
Poesis vivax!