Allá va el libro hermoso, apacible al tacto, relajante en los ojos; un acierto en casi todos los sentidos formales y estéticos. Lo he abierto, y leído por encima y, esta mañana y esta noche, lo he escuchado. Jamás puede esperarse que en una antología todo sea bueno; hay muchas en las que todo es —o parece— malo y, las más, muestran una, diría yo, conveniente irregularidad, porque así resulta ser más fiel al contexto. Esta noche en La Campana (ya metáfora toponímica urbana para lo que nos ocupa), he escuchado a Laura Tajada, a Rut Sanz, a Ana Gijón (en diferido) a Clara Santafé y a Ana Muñoz. Antes, Alex Mr. Hyde evocó cosas, vertió en la crátera atmosférica del vicio aristacleo su voz hasta que fue absorbida por nuestra censurable descortesía; menos mal que Octavio Augusto es un tipo serio y puso orden en el incidente. Y Mr. Hyde volvió por sus fueros (me gustó más en El Páramo). Y, de repente, como saliendo de chiqueros, apareció Laura, desarrobada, excesivamente natural, tanto que me parecía un gesto estudiado y a medida, pero se le fue el metro y quedaron sus palabras en tanganillas. Hubo de sujetarlas por los pelos un titán medieval (?). No se sabe si tiene alma Turiaso, pero, al paso, se la arrebató Laura Tajada de un plumazo; que no se sabe si su precepto es asonante o consonante, aunque de falta conoce los ripios carolingios y la anáfora cacofónica en son cubano. Me alargo para llevar a su querencia el arrebato de una juventud indisciplinada, que está muy bien que así sea; pero, entre tanto, entre tanta indisciplina imperativa, hágase otra cosa: indisciplinación (neologismo bruto), y perdón por las arritmias, porque Laura deberá, algún día, decir algo sin tanta fatiga nerviosa. Rut Sanz, que vive en Valladolid, fue más natural naturalmente. Dijo lo que sabe, que es lo que ve a su alrededor, y lo cita; así, lo cita tomándose un pacharán con mucho hielo, y ya está, ya está. Está, digo, hecha para más digna causa (se le adivina en el corazón). Llegó la voz de Ana Gijón desde un Perú marañoniano en una grabación suelta con cantos de sirena, bailes, música, lunas..., enhebrando el tiempo como obsesiva girándula en el escenario de una verbena triste, con ajadas guirnaldas y las grímpolas completamente desbaratadas por el viento. Ese tiempo es el que hará resucitar a Ana Gijón.
Entreacto: una escalera, un sol, una luna, una montaña, un mar, dos muchachas pidiendo, entre sorbo y sorbo de una sopa de algas, libertad para el Tibet y mandando a cascala a los japoneses. Luego departieron otras dos muchachas en la misma escalera —de vecinos esta vez— sobre la aniquilación de la Tierra. Ensayo absurdo o patafísico fallido. Tengamos en cuenta, para hacernos una idea, que el modelo patafísico —Ubu roi— fue escrito por Alfred Jarry en 1888, cuando apenas contaba 15 años, siendo alumno del Lycée de Rennes (¡menuda adolescencia la de Jarry!). Contrástese con lo visto en la escalera. Pero, bueno, hay que empezar; eso, lo primero. Recomencemos con Ionesco.
Ana Muñoz acaba de salir de una adolescencia —como todas— impura. Y, sin embargo, la ha purificado; sus textos son catárticos y, como toda causa de catarsis, ha de estar basada en el conocimiento de una entidad vital que sorprende por su precocidad para aprehenderla en esta poeta como la copa de un pino que conoce el lenguaje, lo moldea y lo trata como le da la gana (aunque otras veces haya que tratarlo de manera distinta o como le dé la gana al lenguaje). Conocía ya su excelso carpe noctem, y lo leyó para diluirnos en las copas y romperlas después contra las narices de la virilidad. Y describió un vuelo de pájaros. Pájaros, sí; nada de jilgueros, ni petirrojos, ni ruiseñores que quedan tan bien y cantan tan mal en los poemas (salvo en los de W. Blake y Saint-John Perse). Pájaros y preguntas sobre el amor desacordado y las ataduras del ser y del existir, que es preguntarse por el tiempo y adquirir ya la plena conciencia de la muerte.
Y la traca la puso una desinhibida Clara Santafé que, con más claridad que su nombre, entre consoladores y polvillos a la mar, con ironía pautada, con indiferencia rítmica, dio fe de su santo paganismo dionisíaco y chulesco. Ven, Clara, ven. Y vino (picado).
Salida de Carlos Malicia al escenario. Parodia de la mujer y el cante de las cuarenta en bastos.
Me fui a las 00,30. Había venido Vanesa de Barcelona, y estaba cansada.
Entreacto: una escalera, un sol, una luna, una montaña, un mar, dos muchachas pidiendo, entre sorbo y sorbo de una sopa de algas, libertad para el Tibet y mandando a cascala a los japoneses. Luego departieron otras dos muchachas en la misma escalera —de vecinos esta vez— sobre la aniquilación de la Tierra. Ensayo absurdo o patafísico fallido. Tengamos en cuenta, para hacernos una idea, que el modelo patafísico —Ubu roi— fue escrito por Alfred Jarry en 1888, cuando apenas contaba 15 años, siendo alumno del Lycée de Rennes (¡menuda adolescencia la de Jarry!). Contrástese con lo visto en la escalera. Pero, bueno, hay que empezar; eso, lo primero. Recomencemos con Ionesco.
Ana Muñoz acaba de salir de una adolescencia —como todas— impura. Y, sin embargo, la ha purificado; sus textos son catárticos y, como toda causa de catarsis, ha de estar basada en el conocimiento de una entidad vital que sorprende por su precocidad para aprehenderla en esta poeta como la copa de un pino que conoce el lenguaje, lo moldea y lo trata como le da la gana (aunque otras veces haya que tratarlo de manera distinta o como le dé la gana al lenguaje). Conocía ya su excelso carpe noctem, y lo leyó para diluirnos en las copas y romperlas después contra las narices de la virilidad. Y describió un vuelo de pájaros. Pájaros, sí; nada de jilgueros, ni petirrojos, ni ruiseñores que quedan tan bien y cantan tan mal en los poemas (salvo en los de W. Blake y Saint-John Perse). Pájaros y preguntas sobre el amor desacordado y las ataduras del ser y del existir, que es preguntarse por el tiempo y adquirir ya la plena conciencia de la muerte.
Y la traca la puso una desinhibida Clara Santafé que, con más claridad que su nombre, entre consoladores y polvillos a la mar, con ironía pautada, con indiferencia rítmica, dio fe de su santo paganismo dionisíaco y chulesco. Ven, Clara, ven. Y vino (picado).
Salida de Carlos Malicia al escenario. Parodia de la mujer y el cante de las cuarenta en bastos.
Me fui a las 00,30. Había venido Vanesa de Barcelona, y estaba cansada.
7 comentarios:
sos un genio de la coca cola...brindo con mi bombay azul por tu crónica...yo diría más...pero quede el temple para las gaitas...abrazos señor FOREGA.
Qué, si no, podemos templar, madrugador Fernando.
Merci.
Gracias a muchos por la noche de ayer. Y gracias por lo que cuentas. Un abrazo.
Rut Sanz (ru-sa) ;-)
gracias por todo manolo
sobre todo por decir lo que a mí me cansa ya decir...con dos narices
el miércoles nos vemos en almau
grande
grande
octavio
Todos los acontecimientos (y "Parque de atracciones" lo es) tienen su dinámica; es mejor decir honestamente lo que se debe -cuando se debe- sin restar valor a lo contrario; pero es verdad, Octavio, que muchas veces esa dinámica se sustancia en engullir sapos, y creo que a nadie nos gusta lacerarnos la garganta con animalejos. Valga, hoy, la anfibología.
Abrazos y gracias.
Amiga Ru-Sa: duenda dan las toman, así que gracias a ti por ser tan elegante e instintiva. Lo bueno -dicen, y yo lo creo- es lo prístino y tú eres una fuente que comienza a manar (así lo creo).
Tuvo que ser una noche irrepetible. Lástima perdérmela. Al menos disfrute de las rusas de día...
Es lo que tiene no tener ni carné de conducir no coche, que dependes de que te lleven.
Genial el resumen del día. Genial.
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