6.4.08

Presentación de "Con el sueño cambiado" de Octavio Gómez Milián

M. Martínez Forega

Noche en “El Páramo” el día 4 de abril. Esa noche cambié, como muchos, el paso y me dirigí con unos cuantos amigos a escuchar a Octavio, que –decía- se presentaba ahí Con el sueño cambiado. En realidad, lo cambió todo. Vino con nosotros María, una gelleguiña recién llegada a Zaragoza para toparse con cosas buenas. Pero Octavio dijo: voilà! y añadió that’s all! Para dejar paso a toda una serie de bandas que sonaban de puta madre. No recuerdo sus nombres (hablábamos y hablábamos y mi único oído bueno debía atender a dos bandas); el muchacho que comenzó la seriada noche magnificó su voz con rasgueos y melodías entre Neil Young y Don McLean, y luego apareció allí un grupo que hacía un rythm’n blues cojonudo; me abandoné a su potente sonido y a una armonía que hacía tiempo no escuchaba, claro que mi primera sorpresa nada más llegar a ese garito fue escuchar el Can you ear me knocking de los Stones, que me abrió en canal, de manera que lo que siguiera tenía que ser necesariamente bueno. Y esperando, esperando que Octavio apareciera, quien apareció por allí y por sorpresa fue Pilar Peris, con su boca perfecta, con sus labios en mis ojos, y mis ojos dando tumbos por la barra. Y Octavio sin aparecer (¡maldito reciario de Cortázar!). Pepe Montero y yo ya llevábamos un buen rato esperando, ¡eh!, y yo ya le había dado ya un par de meneos a unas empanadillas que nadie se atrevía a tocar; bueno, lo hizo primero –creo- Ingrid Magrinyá justo antes de liarse uno de esos cilindros perfectos y extremadamente lineales que es necesario mirar dos veces para verlos; su gesto diluyó mi pudor. Octavio seguía sin aparecer; de hecho, dejé de verlo, ni siquiera su cabeza asomaba entre todas las miniaturas allí concentradas. Así que nos fuimos. Durante el trayecto de regreso a mi casa de Conde Aranda, regalé hasta cuatro cigarrillos; fue una noche completa en todo: nunca me habían pedido en la calle tantos cigarrillos; nunca llegué sin tabaco a casa. Todo había cambiado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El sábado descubrí que mi bisabuela materna era de Peralejos de las Truchas, ¿sabes?

Gracias por la crónica. Respecto al recital de Fernando Sarría, me hizo mucha ilusión que fueras la primera persona con la que me encontré.

Besos.

Manuel Martínez Forega dijo...

Algo hay, Anita, en tus ojos, en tus soslayos, de ese verdeazul de la Serranía. Claro que sé; sé de mi gran metáfora, a la que acudo como la trucha a las guijarrillas. A mí no me pasa como a Lucrecio (aunque también), pero sí como a Virgilio: el paisaje es el paisaje vivido, no el idealizado ni el admirado. Me sé cada orilla del Tajo desde la Cueva del Tornero hasta el Monasterio de Buenafuente, y me sé sus afluentes, y sus orillas, y las orillas de sus afluentes, y sus bosques, y sus ciervos, nutrias, búhos, alimoches y buitres leonados, y sus comadrejas y petirrojos, y carbonerillos, y arañeros, y andarrios, y libélulas, ignitas, baetis rhodanis, efémeras y dánicas, terebrátulas y rinchonellas, belemnites y penctus. Me he encontrado de todo allí, incluso a mí mismo. Lo único que, ahora, puedo echar de menos es no haberte encontrado a ti, así, como por azar, en alguno de sus bosquecillos de helechos. ¡Pero qué cerca he estado!
Besos también para ti, querida amiga, y también las gracias.