19.10.11

Poder, iglesia y ejército

Imagen publicitaria en la calle Alfonso I


Durante dos días el centro de Zaragoza y buena parte de la margen izquierda han estado cerrados al tráfico por tres actos religiosos: ofrenda de flores, ofrenda de frutos y rosario de cristal. Tres, nada menos que tres. La inclemencia con que se trata a los ciudadanos en estas ocasiones es de tal calibre que ni resignación cristiana ni hostias bastan para soportarlo. Lo del rosario de cristal fue ya el colmo de la desfachatez tolerada por unas autoridades que, pase lo que pase, siguen rindiendo pleitesía medieval a una institución como la iglesia plagada de sombras, de delitos, de aberraciones humanas que no sumaríamos ni aunque pasasen otros dos milenios. ¿Por qué todo el recorrido tuvo que estar lleno de altavoces a un volumen insoportable para escuchar las letanías de tanto energúmeno rayano en la psicopatía? ¿Por qué tengo yo que escuchar, quiera o no quiera, esos dolores fatuos cuyos únicos misterios hace ya años que están revelados? ¿Qué he hecho yo para merecer estar encerrado durante ¡tres horas! con mi coche en una calle comiéndome las uñas porque no pude salir de allí para paliar el verdadero dolor de mi hermano recién intervenido de una gravísima dolencia? ¿Qué ha hecho mi hermano para merecer esa soledad dolorosa y dolorida? Porque de lo que estoy completamente seguro es de que la virgen no va a acudir a su habitación del hospital a ponerle la mano en la frente ni a cogerle delicadamente la mano. Alguien dirá que podía haber dejado el coche en casa; pero hay varias razones para lo contrario. Bastan dos: una jurídica: tengo el mismísimo derecho a coger mi coche que a ir andando; y otra coyuntural e imperativa (como imperativas resultan a otros muchos ciudadanos por distintas causas): una carga imposible de acarrear caminando o en la deficiente red de transporte público. Y otra razón más: ¿qué se hace con los derechos que asisten al resto de los ciudadanos de Zaragoza? Si ese rosario vitral de la iglesia-espectáculo congregó a cincuenta mil (?) individuos, ¿qué pasa con los otros sescientos cincuenta mil ciudadanos y sus derechos a la libre circulación? Pues sencillamente que el poder temporal (hoy inmensamente minoritario y único que a la iglesia le ha interesado siempre) se ha impuesto a la concluyente mayoría que no acudió a semejante parafernalia hipócrita y acústica; puro espectáculo del peor gusto y de insufrible anacronía. 

(Recordaré aquí unas palabras de mi padre, cristiano, pero razonadísimamente anticlerical; anticlericalismo que a punto estuvo de costarle la cárcel allá por los años 60, cuando discutía a voz en cuello las homilías de los sacerdotes en misa nada menos que en el intocable templo de El Pilar, donde entraba siempre sin descubrirse: lucía boina y -gritando- llamaba mentiroso al cura de turno. Le libró del trullo la incredulidad de toda la jerarquía (la eclesiástica y la política), a la que no le cabía en la cabeza que alguien que no estuviera rematadamente loco tuviera la osadía de conducirse de esa manera. Menos mal que, además de no dar con sus huesos en el ergástulo, tampoco fue conducido al manicomio, pues aquellas palabras que ahora ya sí recuerdo destacaban por su lucidez: "Cristo vive, pero la iglesia lo mata cada día con sus rezos y paga a mercenarios para que lo hagan". Así, literalmente (nunca lo he olvidado), se expresaba mi padre, a quien bastaba con decirle que había misa o rosario ese día para que me justificara las tres o cuatro pirolas que hice cuando estudiaba bachillerato.)
  
Pero a lo que íbamos: el ayuntamiento -para aquellas y otras sandeces- no sólo se arroga la apropiación por la fuerza del espacio público que se sostiene con los impuestos de todos, sino que, además pone toda su maquinaria en marcha, todos sus medios: coches, motos, vallas, cierra calles aquí y allá, coloca agentes con porra y pistola que reciben órdenes inviolables ni siquiera por la la fuerza de la razón; refractarios (como la misma iglesia) a cualquier argumento humano, auténticos robocops. Nada ha cambiado: Poder, iglesia y ejército juntos de la mano ejerciendo una represión que no lo parece y que por eso es mucho más grave.


Yo pregunto a ese mismo ayuntamiento si estaría dispuesto a obrar de la misma manera: cerrar las calles, vallar aceras, impedir la libre circulación (por la que pagamos elevados impuestos), colocar agentes hieráticos... si se le propusiera una acción de "otra cultura"; una concentración de poetas dadaístas, por ejemplo, lanzando improperios contra las instituciones y la anómala y fervorosa burguesía. Estoy seguro de que, en ese caso, sus argumentos serían los mismos que yo aquí expongo como inaceptables. Así son las cosas y así serán hasta que no pongamos pies en pared.

1 comentario:

Comprar Libros dijo...

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