22.6.11

En Caspe, "La Cabaña"

El pasado fin de semana estuve en Caspe participando en el Congreso anual de la Asociación Aragonesa de Escritores. Los caspolinos nos atendieron de maravilla y, de entre tanta y tan buena atención, me sorprendió un local (La Cabaña) por su cocina estupenda y por su taperío excelente. Cené el viernes un codillo resuexcitante y, el sábado, unas tapas variadísimas y elaboradas con mano maestra. No estoy dorando la píldora; digo lo que me dicta el paladar, y todo, además, a precio más que asequible y servido con extraordinaria amabilidad (cosa rara últimamente allá por donde vayas).
No soy amigo de estas lides culinarias; sin embargo, la magnífica impresión que me causó me impele a sugerir que, si vais a Caspe, no dejéis de daros una vuelta por La Cabaña. Está en la calle Pellicer, 14, de Caspe.

10.6.11

Gracias, amigos


Ha pasado justo una semana desde que todos vosotros, amigos queridos, aceptasteis compartir conmigo aquel poema dolorido y luego vertiginosamente concluido. Fue un trabajo relativamente fácil al final; no al principio, pues me costó lo suyo abstraerme al dolor (ese extraño dolor ilocalizable y que los médicos definen como "dolor hueco") que sólo puede realmente comprender quien lo ha padecido. No puede explicarse y quizá por ello la mejor de las exégesis que podía hacerse (al margen de la exacta definición de Valéry —"el dolor es música"—) era escribir, escribir, escribir, escribir... sin pensar en otra cosa. Escribir lo que fuera, daba lo mismo, era indiferente el grado de inteligibilidad; bastaba con hacer caso a las libres manifestaciones del numen, a la voz de un instinto que aullaría si fuera bestia, pero que, sujeto a la razón implícita en el signo que es la palabra, se convertía en neuma, lo que los clásicos definían como eutrapelia verbal.
Desconozco su límite; es decir, no sé si el poema termina ahí, y esta duda lo detiene en la presa de la incertidumbre. Escuchado por vuestras voces, adquirió distancia, pude focalizar aquel verbo cuyo tránsito por la pendiente era firme, sin tropiezos que pudieran hacerle caer y rodar hasta despeñarse, y que, sin embargo, se asoma ahora al precipicio y lo hace con vértigo, inseguro, con la inexplicable certeza de que sufrirá un vahído.
Necesitaba deciros esto —que no dije el día 2—para que comprendierais mejor cómo, en definitiva, me hago cargo en cierto modo de uno de los axiomas para mí muy querido en lo que a la escritura se refiere. Lo postula Georges Bataille: "alcanzar el extremo de lo posible".
Litiasis. Tengo un corazón de piedra en el riñón, creo que es un intento al que habéis contribuido tan generosamente.
Nunca os estaré los suficientemente agradecido. Gracias, merci, danke, thanks, grazie, djekuj.