Hoy ha concluido el ciclo de primavera de las sesiones de Poesía para Perdidos, y lo ha hecho con dos atractivas y complementarias presencias, la de Elena Medel (Córdoba, 1985) y Jesús Jiménez (Zaragoza, 1978).
Elena Medel es uno de los mejores ejemplos que conozco de la última poesía que osadamente ha urdido el cambio profundo de la morfología convencional. La hibridación del discurso poético hasta deslindar sus límites, hasta borrarlos. Esto, que era antiguo, fue desechado por los ortodoxos, pero, como todo rescate, tiene ahora la satisfacción de ser mostrado absorto de elegancia y vitalizado. Este discurso nos habla, por ejemplo -¡tan joven!-, del lost paradise de la infancia, de determinada infancia, de la pérdida del humanismo con afán de venganza (de la buena venganza, se entiende; esa venganza que de la ruina levanta otro orden). Cuando se mira a sí misma lo hace con amor y con dolor, un debate humano inacabable y, cuando mira a los otros o a lo otro, censura, arremete contra esa soledad inconsciente de quien es incapaz de encontrar en su próximo otro valor que la pura seducción de la forma. Elena Medel ahonda, escribe y dice, y sabemos que en esta imbiosis semántica no es lo mismo una cosa que la otra, con ello ha sabido trascender su intimidad doméstica al plano de lo absoluto porque el tiempo no deja para mucho más: el drama de la transgresión de la edad, auténtica epopeya una vez desaparecida la convencional de este mundo en directo, sin mediadores orales que construyan la leyenda hermosa de aquel sobreviviente bajo el ajado terciopelo del corazón (¡oh pórtico de rosas!). Escritura de la diversidad para enriquecer los ánimos, los saberes, los sentidos... Ya no cabe el caduco discurso postmoderno de la lógica urbana y el renovado spleen, el relato de un anecdotario privado sin interés, baladí, huero, común, vulgar. Queremos a Diógenes de nuevo, reclámese: "busco un hombre" para discutir de la gramática de los sentidos, de la semántica del corazón: escribir, escribir... sobre la luna, sobre el papel, sobre el lecho, sobre la noche, sobre el alma, con la pluma, con el ala, con el azul del éter, con el granado oriental, con la tinta extraída de la eggplant china.
Jesús Jiménez posee una visión muy aguda, y todo lo que ve lo pasa por un tamiz intelectual cuya construcción debe mucho a su natural condición; es decir, a su inteligencia genética y otro mucho también al manejo del símbolo, cuestión que parece unas veces consciente y otras no. En cualquier caso, me parece a mí uno de los poetas de mayor envergadura que trasiegan por los campos de pluma españoles, afirmación que está muy lejos de ser gratuita ni doradora de píldoras mientras nos tragamos, por contra, unos pildorazos poéticos que ulceran nuestro estómago ya demasiado estragado sin que nadie se queje. Su lengua es fortísima, la de Jesús, digo, y jalea a las palabras para que hagan escorzos barrocos y nos enreden más entre sus bucles zoomorfos y su cosificación y sus personalizaciones a veces grotescas, tanto que es mostrarnos la realidad desde un perspectivismo nuevo con el que pocos han dado, y a ese -en cierto modo- desdén Jesús Jiménez se entrega con una seguridad que sobrecoge. con una irracional venda envolviéndolo todo: el nombre soslayado que es nombre destinal, poder verbal nunca azaroso o sí, reflejo del ánima, dispositio imagibus, magia en lo alto de la escalera, nombre dado, o nombre dardo en la Diana lunar. Tal mayestático homenaje a la palabra deslinda la conciencia entre la vida y la palabra no dicha; no se confiesan verbalmente las certezas porque se confía en que los demás harán privada deducción arropados por otros oportunos transgresores de la verdad. Hay muchas pasiones en una pasión y toda clase de voces en una voz, en un rumor, y esto es así porque todo discurso es indirecto, porque el lenguaje no es la vida; el lenguaje ordena la vida, da órdenes a la vida; la vida no habla, escucha y espera, de la misma manera que esperó pacientemente en el mar siendo ameba. El velo de la palabra, nuevo paganismo que hinca sus raíces en el subsuelo del plano mercurial. El velo que protege de la materia agresora, pero pone en primer plano el verdadero rostro de la magia, de la maga y su liturgia. Laquesis se oculta detrás, es la más joven y caprichosa. Su poder: eterno frente a la temporalidad del gozo. Lleva el camino indefectiblemente de nuevo al lugar del que se parte, sujeto el destino a un raíl bien templado. La palabra: nuestra imagen en el espejo; el nombre permanece en su nada hecho palabra para unir en el lenguaje los destinos compartidos y entregarse individualmente al ángel más oscuro.
Y, para el intermedio y la coda, Lousiana, pop del bueno, simpático, sorprendente y eficaz. Canciones de amor desenamorado. Ana, cada vez mejor en el escenaro y más hermosa; Luis, improvisando y contrapunteando a lo loco cuerdo. Y les acompañaba Richi, discreto y asombrado. ¡Qué bueno todo!
3 comentarios:
Llegue a este sitio y me ha encantado... quisiera conocer más acerca de estos poetas jovenes.. estare atenta...
besos desde Bs As
Lilya
Pásate por aquí, Lilya. Crúzate un día el charco. Te recibiremos como es proverbial en esta ciudad.
Más besos.
Y yo derrengao em lo perd´´i que uno ya no recarga las pilas como antes
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