3.4.08

A propósito del amor: liturgia profana en la cima del Mulhacén

M. Martínez Forega

Y, del mismo modo que la vida se nutre de la muerte, así el amor se alimenta de la ausencia y de la presencia; con cada desdicha dice el amor que continúa más allá de las palabras, más allá del gesto; y dice con cada dicha que el amor es silencio o acaso un melódico sonido absorto por los balcones de la noche y por los pétalos de la aurora. Pues nada hay como el primer beso que la edad prolonga sobre las sombras del tiempo, ni existe nada como el rocío de los labios que despertaron al placer de saberse vivos.
Si atañe a los labios decir de las dichas y desdichas, mirad en vuestros ojos cómo hablan del saber de los espejos, hablan del tiempo que les queda por mirarse, pero si vuelven hacia el otro la mirada, si dilatan sus pupilas, es porque se admiran de haber visto en otros ojos sus ojos, idénticos, porque así es la mirada del amor: asombrosa y por la luz de los iris iluminada.
Mas preguntad a vuestras manos por qué sin ceder al frío buscan el calor de la piel más próxima y por qué toman del aire las caricias que un día dibujaron, siendo niñas, para depositarlas hoy en el tacto finalmente amado, pues del destino de Eros son las manos el aprendizaje y la materia.
Oíd las gasas, oíd los rasos, oíd la organza... Envolvéos en la música de los atavíos dentro de las odas que dan paso a las lunas a través de las floridas celosías, estrecháos en los lechos que descansan sobre alfombras organdíes y escuchad la voz del viento y de las nubes que os agitan y os ocultan. Escucháos ambos decir las distintas palabras en una misma sola, sed recíproca esponja de los susurros que habitan el amor y escuchad, por fin, no sólo que os amáis, sino que el mundo os ama porque de él sois hijos.

No hay comentarios: