17.6.08

A propósito de la última Noche de Juglares

A propósito del comentario que Luis Felipe Alegre citó en la Noche de Juglares del pasado día 12 de junio y que yo recojo en el post con este título, no quisiera dar la impresión beligerante que algunos han deducido. Luis Felipe es muy buen amigo mío, y lo es desde hace muchísimos años, desde hace veinticinco o más años. Juan Bolea es amigo reciente (yo lo considero, cuando menos, así, pese a que nuestros encuentros sean escasos, aunque siempre cordiales). Así que, dicho con todo el afecto del mundo, creo que las cosas que uno piensa no deben callarse; sobre todo no deben callarse cuando hay que decírselas a un amigo. Cargadas de este afecto están escritas las palabras de aquel párrafo en el que reprochaba a Juan Bolea un cierto exceso en sus afirmaciones. La amistad, para mí, es lo primero, y no lo digo derrapando, sino con la absoluta convicción de que es hoy un valor poco pródigo y el único con el que podemos enfrentarnos a las jerarquías, esos escalafones clasistas que han ido penetrando, como émulos de la clase política y financiera, en los corazones de los individuos atrapados por la sola imagen del poder o del éxito.
Hablando ya en términos generales, es bien cierto que la pipiolez de creerse amigo de todos resulta de una ingenuidad encantadora y siempre saludable (yo la prefiero, por ejemplo, a creerse enemigo de todos); pero semejante candidez no debe subordinarse a las agresiones a la honestidad y al debido respeto, asuntos que, también hoy, están a la orden del día y contra los que, del mismo modo, hay que hacerse fuerte. Sólo con abundantes dosis de amistad y de sinceridad bienintencionada es posible constituir grupos armónicos de personas, de seres humanos dispuestos a mirarse a la cara sin recelo, sin dobleces; y, en el ámbito de la literatura —que es lo que nos ocupa ahora—, es esta conducta la que puede conformar núcleos bien avenidos capaces de superar sus prejuicios y diluir las, a veces, infundadas diferencias entre unos y otros. Acercar, no separar; sonreír, no fruncir el ceño; alegrarse y no enojarse; tender la mano en vez de dar la espalda. Es decir, variar la tendencia que se ha hecho habitual. Así será como podremos en esta tierra de éxodos quedarnos a compartir de verdad el éxito de los demás e irradiar una influencia que ha de ser beneficiosa por la sencilla naturaleza de su condición humana. Que sea cierto depende de nosotros, porque enemigos hay siempre. Son ésos: los invisibles.

2 comentarios:

Rafael Luna Gómez dijo...

Hola Manuel:
Cierto que eres amigo incondicional, núcleo de sinceridad con todos y que en este caso que nos ocupa más que critica es opinión de lo que vivimos. Del mismo modo nos sabemos en la tesitura que parezca una critica, no siendo esta la intención, o por lo menos en esa tesis creo que nos movemos, aún siendo algo de esto indudablemente algo hay, pero me reitero sin más intención -que es la cuestión- Opinamos de una manera amigable que es más verdadera y sincera.
Exprese lo que viví desde el punto de vista del espectador, entiendo también, que no conocía, ni conozco, a los artistas que salieron al escenario.
Expresaste, como siempre, con escrupulosa sinceridad lo que viste en esa noche, preciosa noche que compartimos.
Un abrazo atronador.
Rafa.

Manuel Martínez Forega dijo...

Otro para ti, querido Rafa.