La carta del Gobierno balear a
Air Berlin es más que una carta; es la manifestación del almohadismo catalanista; es la prueba del taifaísmo como reminiscencia histórica y es la evidencia de que el único icono identitario de algunas comunidades es la lengua, carecen de otros o los ignoran. Como todas las lenguas, la catalana es una lengua contaminada, en su caso de castellanismos, de aragonesismos y de galicismos, que no ha podido jamás mantener su origen prístino, como no lo ha podido conservar ninguna lengua. Este tipo de epidemias sienta mal al que creyéndose un aborigen peninsular, ignora su ascendencia púnica, helena, romana... y teme ahora mismo su arabización. ¿Hasta cuándo habrá que soportar que el resto de los territorios financiemos los delirios lingüísticos de minorías políticas que mañana mismo hablarían en castellano si ello les reportara el solio presidencial o cualquier otro en la escala jerárquica de su administración? Bastaría con traer aquí el arrogante cinismo del espurio
Josep Lluis Carod Rovira cuando legítimamente exigía que se le llamase así, Josep Lluis, en
Cataluña y en toa tierra garbanzos, a la vez que negaba el mismo derecho a
Pablo Gargallo y a
Joaquín Costa, a quienes, en sendas calles barcelonesas se les rotula como Pau y Joaquim. Pero os contaré una trascendental y gravísima anécdota que ilustra hasta dónde es capaz de llegar el colonialismo irracional y delirante de las instituciones políticas catalanas en esto de exigir respeto por su lengua y pisotear el derecho de las demás: una taberna del barrio
Gótico de
Barcelona sostiene en su capitel el nombre de “Anduriña”; pues bien, su propietario recibió una carta de la
Generalitat (que vela celosamente por los derechos de los ciudadanos) en la que se le instaba a sustituir, bajo amenaza de sanción, la ‘ñ’ de ese rótulo por la grafía ‘ny’. ¿os imagináis una taberna gallega llamada así: “Andurinya”? Si esto es muy grave, lo es más que esa misma carta no la hayan recibido ni
El Corte Inglés (‘El Tallat Anglès’ en catalán), ni
El Mundo Deportivo (‘El Món Esportìu’), ni
Mac Donals (?), por poner sólo algunos ejemplos.
Os diré una cosa que se sabe: el catalán se hablaba en el siglo XI incluso en Almería. ¿Por qué ha retrocedido hasta sus actuales fronteras? Porque yo no me creo que los catalanoparlantes hayan sido progresivamente aniquilados, masacrados, colonizados y reprimidos a base de regímenes totalitarios a lo largo de siglos XI-XVII en los que cada uno hablaba lo que le daba la gana y como le daba la gana. La explicación es muy otra y más objetiva: el
catalán es una lengua regresiva definida así por sus propias leyes internas, como es regresiva el
francés y lo es el
italiano, pero como NO lo es el
español, que, por idénticas e inviolables leyes internas, es una de las lenguas expansivas que existen en el mundo, como lo es el
inglés y como lo es el
árabe.
Hugo Schudart dejó esto bien claro ya a comienzos del siglo pasado y nadie lo ha refutado hasta ahora (por cierto, el
Butlletí de Dialectologia Catalana recoge colaboraciones del propio
Schudart), de la misma manera que concluyó por afirmar que ninguna lengua se impone mediante criterios administrativos, salvo que se aniquile físicamente a sus hablantes (podemos poner como ejemplo a los strasbourgueses). La
Generalitat y otras instituciones de ámbito catalanista se empeñan en imponer el catalán mediante criterios administrativos (allá ellos).
Ese mismo
Butlletí, bajo la dirección de
Pompeu Fabra,
Antoni Griera y
Joan Coromines, incorporó en 1931 (vaya usted a saber por qué, aunque lo deduzco), el rótulo en español “
Revista Catalana de Lingüística”, y era editado por el
Institut d’Estudis Catalans. Actitud que manifestaba una clara vocación de convivencia pacífica, natural y enriquecedora. Pero no, es ahora cuando salen de sus cuevas las morenas para darle dentelladas a todo el que pasa diciendo ¡Adiós!, pero dando palmaditas en la espalda a quien dice
bye! y se le mea en las callejuelas del Gótico.
En esta vaselinización de los bolsillos y para ir dando lustre a la lengua catalana, el propio
Corominas -etimólogo de fuste de la lengua española, a quien admiré durante toda su longeva existencia-, se apropió del aragonesismo ‘pernil’ endilgándoselo al catalán para darle solera a una lengua que no la necesitaba. Tuvo que salir el profesor
Calderón (castellonense de pro) a decirle –con una batería inacabable de documentos- que no, que de eso nada, y, además, le reprochó a
Corominas su defección.
Corominas, naturalmente -con un gesto que honraba su sabiduría-, calló.
La
Generalitat todavía está diseñando (el diseny y hablar en catalán, aunque sea mal, es lo más
cool que puede seguirse hoy en Barna) un modelo estándar de su lengua; ¡no para!; los
ampurdaneses, sin embargo, son muy críticos con ese diseny, tanto que lo denuncian y lo rechazan. Claro que de estas disensiones internas nadie nos dice nada: “que arda la casa, pero que no salga el humo”.
Cuando el vaso de agua se haya tragado a la tormenta y el catalán ya no dé pasta ni sinecuras, volveremos al trasvase. (¡Vixca Amílcar Barça!).