1992. Año de olimpiadas y de otra EXPO acalorada. Ese verano viajé a Praga con Nati, Alfredo Saldaña y Berta (no nos enteramos de lo que pasó en las olimpiadas de Barcelona. Era agosto). Viajamos en coche: 4.600 kms. ida y vuelta y, entre mis cosas, llevaba unos poemas de Sergio Algora, a quien, meses atrás, visitaba de vez en cuando en una tienda de discos que atendía en el pasaje de la calle Bretón y cuya regencia compartía con un amigo. Algunos –o muchos- de aquellos discos eran raros, como los de King Tubby. Él era entonces un chico jovencísimo, un tanto retraído y muy “enterado”. Decía cosas que sorprendían por su extracción culta, y no parecían interesarle otras muchas que sucedían a su alrededor. Miguel Ángel Longás fue quien me había hablado de él, y lo hacía con entusiasmo. Nos vimos en otras ocasiones a lo largo del ese año, del anterior y del siguiente; a veces, con asiduidad. Aquellos poemas que me llevé a Praga incrementaron su número más tarde, y los leí una y otra vez. Por su rareza generacional, por su contra-realismo, por su simbolismo hiperbólico, por su poso amargo, por su indagación en lo más pesado del ser humano, en los lodos de las uñas, en las cuevas de la supresión de lo dictado y en la intransigencia de los leones que lo rodeaban, por su experiencia sumida en botellines, por sus hechiceros, abismos, verdugos, vírgenes, latidos, psicópatas, efigies, bestias y huidas, por su nuevo Zigurat, por el tratamiento distanciado -muy distanciado, con emboscada ironía- de los mitos, por la luminosidad verbal (cultismos esplendorosos y extrañamiento contextual) y cierto iluminismo anacrónico, pero, por ello mismo, extraordinariamente actual en sus cauces imaginativos, por la magia de la sintaxis (esa consciencia de la forma quebrada que Sergio supo transgredir inteligentemente, y no al desgaire de la ignorancia, como muchos hacen). Por todo eso y mucho más que el irracionalismo me impide enumerar aquí (esto es un post que sólo quiere dejar constancia de un dolor, y de un recuerdo de Sergio entre muchos), acogimos en la colección “Cancana” de Lola Editorial su Envolver en humo, su primer libro de poemas, su sesuda inauguración pública, prologada, claro, por Miguel Ángel Longás, y con un dibujo-alien del también jovencísimo Óscar Sanmartín que ilustraba la portada. Aparecía en 1994, el 30 de septiembre, y en el colofón podía leerse: “setenta aniversario de la muerte de Alejandro Sawa”. A esta inteligencia excelsa del modernismo podía muy bien asociarse la de Sergio.
Ese mismo año se formaba El Niño Gusano. Hoy, late el corazón más pausado; es cuestión de detenerse en todas las entradas de su diccionario. Y así lo haré, Sergio.
4 comentarios:
cuidaré el libro
Harás muy bien.
Evocar calma la tristeza.
Un abrazo
Y tus huesos.
Otro abrazo.
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