19.2.08

Carta a Octavio Gómez Milián

M. Martínez Forega

Tardía –pero necesariamente- respondo a tu libro, Octavio, que he leído con la meditada atención que merecía (y que sugería). Empezaré diciendo que me parece un buenísimo libro. Mi tocayo Vilas debería haberse mojado un poco más en el prólogo (aunque ya sé que no debe ser su finalidad solapar el logos del autor). Me parece un buenísimo libro porque, primero: a pesar de apostar por la intrascendencia, prestando así más atención a la inmediatez de la experiencia, huye permanentemente del relato pueril y de la anécdota (un par de hábitos que frecuentan los Paniaguas, los Rendueles, los Bonillas, Tesanes, Piqueros... jóvenes “intelectuales” desfondados que citan sus lecturas por medio de las sinopsis de las contracubiertas y que llevan sus poemas como las alfombras que nos ofrecen los ”paisas” por los bares: al final –y tristemente- apelmazadas por el polvo). Segundo: porque me gusta muchísimo esa ironía (no me extraña que encabeces con alguna cita de De Cuenca) en el tratamiento del tópico dramático o doliente (claro que la ironía no deja de ser una forma de estoicismo) o, si no, tomes, como decía Bataille, la “vía oblicua”; no otra ésta que la asepsia elegante. Tercero: porque me encandila la sencillez del poema de la página 57 para resolver un apunte crítico sobre las actitudes humanas (la petulancia, en este caso) y de ello resulte una contundente censura sin paliativos (que, además, comparto). El flujo verbal de este poema y el diseño de sus escenarios me parecen ejemplares. Cuarto: la adherencia toponímica de Por qué no nos hicimos... tiene un valor mayúsculo, y es su absoluto desprejuicio, su desinhibición (ya se sabe que en la literatura española contemporánea está prohibido citar todo aquello que no sea Bilbao, Barcelona o Madrid: el triángulo mágico que, como un Bermudas hispánico, se traga al resto de la geografía con todo dentro: nombres, personas, vivos, muertos; lo tangible y lo intangible); por lo tanto, celebro ese apunte, que también Manolo Vilas, estoy seguro, celebrará. Quinto: porque, desde la perspectiva formal (asunto que a mi me importa mucho) el libro tiene ritmo, fluye sin tropezones ni trastabilleos (es éste un defecto tan extendido en la poesía de los últimos veinte años que gratifica –y sorprende, incluso- encontrarse con alguien que no lo padezca. Pese a Montale; pese a Leopoldo María Panero, sigo pensando que la poesía no es enteramente forma ni es enteramente idea. Yo, que soy en este punto baudelaireano y wildeano y me aferro a lo Sublime y a lo Absoluto como finalidad última de la poesía, no estoy en contra, sin embargo, de que se conceda a la expresión (más que a la comunicación) la oportunidad de ser palabra autónoma, despegada de todo determinismo teórico. En consecuencia, debo, pues, atribuirte también parte de ese valor independiente que muestran los poemas de las páginas 27, 46 y 62, en los que, tanto la situación como su resolución verbal, acuden a la experiencia instrumental, la coda epistolar (o dramática) y la palinodia, respectivamente.
Los antólogos, estrábicos siempre, con un ojo p’al extremo noreste y otro p’al centro, parecen moñacos de Valle-Inclán en esto de leer poesía y, como tampoco son Sartre, sus globos oculares se mueven como los de los autómatas: al son de los mecanismos mediáticos o de los foros académicos y editoriales. Éste es el Gran Mal que padece, a mi juicio, nuestra crítica poética, Octavio; y es un mal endémico; es connatural, y específico de este país culturalmente bipolarizado.
Tuve ocasión de corregir (por cierto, el error –como otros más- fue finalmente del repicador del texto, no mío) verbalmente las erratas de tu nombre en la presentación de la revista El invisible anillo en Madrid, donde pude dar cuenta de esa misma idea y de citarte como uno de los nombres que deberían necesariamente estar en próximas antologías, aunque sea en esas ampulosas que se redactan cada dos minutos y llenan las bocas de sus introductores con voces salidas de no se sabe dónde (de la chistera de García Martín o de De Villena, magos a los que no les gustan precisamente los conejos) para lucimiento del antólogo. Aunque se está mejor en las lisas y llanas, sostenidas por los textos, sin más pórtico exegético que el indispensable para saber que te llamas Octavio. A ver cuándo alguien se atreve a hacer algo así.
No más exhaustividad. Concluiré reiterando que para mí ha sido más que gratificante leer los poemas de ese largo título y que espero seguir haciéndolo en el futuro con placer igual.
Gracias, pues, Octavio, y mi abrazo

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ese manolo
con maestros como tú...
todo es más fácil
un abrzo
octavio

Manuel Martínez Forega dijo...

Lo que verdaderamente facilita las cosas, Octavio, es disponer de razones poéticas como la tuya. Por lo tanto, gracias a ti.
Y también un abrazo.

Anónimo dijo...

También yo he leído ese libro de Gómez Milián del que habla con encomio Martínez Forega. No sólo comparto sus palabras, sino que lo que no parece tener importancia la tiene y mucha. Me refiero a que fuera de los circuitos normales es posible todavía encontrar un libro así que curaría a algunos miopes.
Ánimo, Octavio.

Sergio Belmonte, desde Alcañiz