M. Martínez Forega
Un libro es (alguien lo dijo antes que yo, pero no por eso deja de ser verdad, y verdad útil) un diálogo imaginario; pero es más la propuesta de un diálogo: es una invitación libre que llama a la puerta de nuestra libertad con tanta frecuencia olvidada. Es un libro una aventura; pero, más que la aventura que cuenta, es nuestra propia aventura: la de hacernos partícipes de ella. Un libro puede ser un somnífero, pero también un despertador, un reto o la resurrección a una vida nueva. Un libro es la memoria que un día olvidamos o el recuerdo escrito de aquello que un día nos callamos; un libro es nuestro espejo oscuro, como un fantasma transeúnte que nos delata e inútilmente intentamos ocultar con nuestra voz; es un sol en su cenit que pone llamas en nuestra cabeza y esconde bajo los pies nuestra buena sombra. Pero un libro no es cultura si es sólo información; leer un libro no cultiva, releerlo sí. Un libro nos forma si se vive y nos deforma cuando sólo echamos mano de él como quien pide un favor clandestino; un libro debe solicitarnos, embellecernos, vestirnos con las palabras que imaginamos sin saber que existían o que sabíamos sin poder imaginarlas. Un libro debe reconstruir nuestras ruinas aunque a veces nos arruine el alma. Un libro es muchos libros, pero puede ser EL libro. Un libro debe educar sobre todas las cosas nuestro corazón, pero siempre pone alas a nuestras palabras para hacerlas más bellas. Un libro es un bisturí con el que hacemos una autopsia al mundo y frente a ella vomitamos o llama todavía más nuestra atención. Un libro es vértigo (como pasarela móvil sobre el abismo); es abismo; es laberinto, delito u horizonte amplio, horizonte de mármol, hielo deslizante, espino, extenso mar inagotable, borrasca o playa de arena para el náufrago. Pero un libro es también naufragio, polvo levantado por la ventisca, brisa...Es un libro una selva con lianas que nos cuelgan, árbol del que pendemos o dependemos. Un libro es un campo de batalla, es una multitud pidiendo a gritos su rescate; un libro es un rapto, un puñetazo, explosión de ánimas, implosión de ánimos y de cuerpos, esqueleto propio, osamenta viva que nos llama, y nos llama. Es un coma, es luz, vergel, páramo de palabras, feraz huerta de emociones, semilla errante es tanto tiempo un libro vagando por los territorios de quienes no saben leer. Un libro es posesión que se arroja con desdén a la virtud de los perversos; un libro es taberna, copa y copo, vil traición de una firma o el brillo de un nombre esculpido en el aire para siempre. Un libro es azar y, al azar, nuestro libro de un día, pero nunca el último, jamás.
Un libro es un destino: quizá nuestro destino y, tantas veces, otro destino muy distinto sin él.
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