Sencillez excelentemente ritmada; tino en la ironía, incluso en el humor franco. Y no sólo eso, sino drama abordado con una naturalidad pasmosa, relieve en la expresión, opulencia léxica sin desnaturalizar el mensaje; lírica rica que ha colocado en su sitio tantos asuntos vitales. Uno de ellos, el tiempo, proyectado en ese muro infinito que tanto les habría gustado a Octavio Paz y a Luis Cernuda, y no sólo a Paz, sino, desde una perspectiva más ociosa (pero no menos cierta y emotiva) a Einstein. Digo yo que si este decir que atesora en la forma uno de sus grandes valores (¡cuántos negados lo negarán!), que se ciñe sin apreturas a la exacta medida de los heptasílabos, decasílabos, endecasílabos... sin forzar ninguno; que ciñe, digo, la cintura de la modelo sin tacones, sin la sobreactuación ni el escándalo amanerados de las pasarelas, no será, digo otra vez, un aviso, un punto y aparte para tanto descreído. Una escolástica saludable y necesaria para quienes descienden a los abismos de la originalidad para encontrar sólo escombros y destrucción donde creyeron descubrir el fuego, la zarza en llamas de una nueva ley que no existe sino en el oficio que ha de ser dictado con sentido. Todo esto y más que no atañe a la brevedad imperativa nos acaba de dictar Emilio Quintanilla. Añádase una dicción en la lectura con maneras de rapsoda ahistriónico, atendiendo a la pausa justa de las cesuras y de la prosodia escrita para ser leída correctamente. La prosodia es a la lectura lo que el pentagrama a la música, que no se nos olvide. Un bravo por Emilio y por su presencia en Poesía para Perdidos.
Ángel Sobreviela definió bien qué es lo que incumbe a tanto prosaísmo enfangado en una urbanidad angosta, perdida y apiñada (como la columna de La guerra del fin del mundo) en los callejones aledaños a la palabra, fatigados y ciegos sus suscriptores sin dar con ella, pisoteándose, unos sobre otros con idéntica impostación y análoga ignorancia. Épica, épica otra vez, por favor; que nadie diga que ha desaparecido. Épica de la hermosura; rescatémosla de la ruina del tiempo, de su indigencia, traigamos las formas de su memoria y a la memoria sus formas, cabalguemos sobre las estepas zoomorfizando y antropomorfizando cuanto encontremos a nuestro paso; demos con el nervio intelectual, rescatemos la belleza de las garras de lo trivial y de lo vulgar. Que se citen los cultismos (¿qué daño pueden hacer los cultismos que no sea una raspadura en la moral morfológica del estólido?) Ese héroe modesto existe y se mira a sí mismo y nos dice que todos los tiempos pueden ser uno (para el poeta lo son, lo ha dicho Oscar Wilde y yo lo creo) y que es posible tener juntos en la mano el presente el pasado y el futuro y que eso nos puede producir pánico (lo ha dicho Thomas Stern Eliot: "En un puñado de polvo conocerás el miedo", y yo también lo creo). Me visto la loriga, luce la plata contra el hierro y empuño el bronce. El oro brilla lejos, inalcanzable: ¡cuántas calaveras en el camino de su consecución! Sobreviela nos lo ha advertido esta noche y ha hecho de necesario mediador.
Pausa y coda: Nadie y la revolución; Nadie y la iconografía prepostmodernista (otra de las cosas necesarias que conviene no olvidar); Nadie y la poesía de un mundo crítico y en crisis, como aconteció allá por mediados del XVII. Poco ha cambiado lo necesario desde entonces.
(La fotografía de E. Quintanilla está tomada de su blog; la de Á. Sobreviela, es de Forega)
Ángel Sobreviela definió bien qué es lo que incumbe a tanto prosaísmo enfangado en una urbanidad angosta, perdida y apiñada (como la columna de La guerra del fin del mundo) en los callejones aledaños a la palabra, fatigados y ciegos sus suscriptores sin dar con ella, pisoteándose, unos sobre otros con idéntica impostación y análoga ignorancia. Épica, épica otra vez, por favor; que nadie diga que ha desaparecido. Épica de la hermosura; rescatémosla de la ruina del tiempo, de su indigencia, traigamos las formas de su memoria y a la memoria sus formas, cabalguemos sobre las estepas zoomorfizando y antropomorfizando cuanto encontremos a nuestro paso; demos con el nervio intelectual, rescatemos la belleza de las garras de lo trivial y de lo vulgar. Que se citen los cultismos (¿qué daño pueden hacer los cultismos que no sea una raspadura en la moral morfológica del estólido?) Ese héroe modesto existe y se mira a sí mismo y nos dice que todos los tiempos pueden ser uno (para el poeta lo son, lo ha dicho Oscar Wilde y yo lo creo) y que es posible tener juntos en la mano el presente el pasado y el futuro y que eso nos puede producir pánico (lo ha dicho Thomas Stern Eliot: "En un puñado de polvo conocerás el miedo", y yo también lo creo). Me visto la loriga, luce la plata contra el hierro y empuño el bronce. El oro brilla lejos, inalcanzable: ¡cuántas calaveras en el camino de su consecución! Sobreviela nos lo ha advertido esta noche y ha hecho de necesario mediador.
Pausa y coda: Nadie y la revolución; Nadie y la iconografía prepostmodernista (otra de las cosas necesarias que conviene no olvidar); Nadie y la poesía de un mundo crítico y en crisis, como aconteció allá por mediados del XVII. Poco ha cambiado lo necesario desde entonces.
(La fotografía de E. Quintanilla está tomada de su blog; la de Á. Sobreviela, es de Forega)
3 comentarios:
Gracias Manuel, por la presencia y la escucha, por la comprensión y la resonancia de tu cóncava receptividad bajo las bóvedas perdidas, pero reencontradas en la voz y la vibración compuesta y meditada, de Emilio y mía.
Buena representación llevaste contigo en esa mesa desde la que me escuchabas. ¡Magníficos peces de plateada loriga en mis redes incruentas!
Ayer mismo se cumplía un año del día en que conocí LA CAMPANA. Ahora más que nunca, "Only through time time is conquered".
Un abrazo a todos los congregados.
Desde aquí, de nuevo felicitaciones a todos los que hacéis posible este proyecto. Disfrutamos de una noche especial en un entorno acogedor y mágico. Me alegré mucho de veros a aquéllos con los que compartí esas horas en Peralejos.
Hasta la próxima convocatoria. Allí estaremos.
Menos mal que no es como tú, estúpido.
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