En 1980 muere Vladimír Holan. Había nacido en 1905, como mi padre; y murió el mismo año que mi padre. Ambos habrían celebrado su centenario en 2005. Pero lo de mi padre (que fue poeta tardío, y escribió en versos romances la historia de los más de mil apodos que él recordaba de su pueblo -y el mío-: Molina de Aragón) es pura anécdota. Porque mi padre se pasó la vida trabajando y en la calle. Vladimír Holan, en cambio, decidió que sus últimos treintaiún años de vida los pasaría sin salir de casa y escribiendo (“Me recluí en la soledad, clausura que concedía, ciertamente, una gran austeridad de espíritu a mi vida. Se interpretó como un gesto de soberbia. Pero no es verdad, se me entendía mal. La soledad es para mí una condición de la escritura”). Se exilió sin abandonar a su pueblo y –lo que es más importante para la literatura del siglo XX- sin abandonarse. Murió, apopléjico, el 31 de marzo; mi padre, el 31 de mayo, pidiendo papel y lápiz para escribir –y escribió- lo que resultó ser algo ininteligible. Mi padre (Telesforo –“el que habla de lejos”- Martínez) y Vladimír Holan se parecían mucho físicamente: un escalofrío me recorrió todo el cuerpo cuando vi el primer retrato de Holan. Yo había ido a Praga en 1983 (este año, Angelo Maria Ripellino publicaba “Il genio della poesia”, un magistral estudio a su traducción de la holaniana Noc s Ofélií -Una notte con Ofelia-) a estudiar checo en la Universidad Karolina y me pasé el verano pescando unas carpas gigantes en el Vltava navegando en las barquitas de los pescadores praguenses. Regresé, con más interés por el aprendizaje, en 1984, y volví en 1985 (ya había yo bautizado la colección de poesía de Prensas Universitarias de Zaragoza con el nombre de “La Gruta de las Palabras”, traducción literal de un título de Holan: Jeskynĕ Slov). En 1985 conocí personalmente a Clara Janés (compartimos azarosamente mesa y mantel en el Kolej Kajetánka durante una semana), y hablamos, conversamos mucho sobre la poesía checa; sobre Holan y Seifert, y Halas, y Nezval, y Orten. Aquella generación poética fue trascendental en la poesía europea del siglo XX: el Nobel concedido a Jaroslav Seifert reconoció el valor literario de aquel extraordinario grupo de escritores. Cuando Clara Janés me invitó a acompañarla a casa de Seifert, enmudecí; pero quiso la fatalidad que, la víspera de la visita, Seifert sufriera un ataque cardíaco del que ya no se recuperaría. Clara abandonó Praga casi inmediatamente después, no sin antes haberme relatado amenísimas anécdotas de su relación con esa ciudad, con Holan, con la poesía checa... Lo recuerdo: fue un paseo grato desde el barrio de Březnov camino a Kampa, descendiendo por Nerudová, hasta Malá Strana y Karlův Most; aquí, junto a la margen izquierda del Vltava, había un restaurante al que Clara solía ir, pero lo encontramos cerrado. Un poquito más adelante, y a la derecha, una escalinata da acceso a la isla de Kampa. Como Sicilia para Leonardo Sciascia, Kampa es la gran metáfora de Clara Janés: un lugar, un espacio habitado y defendido por la poesía del que no ha desaparecido el ser que lo habitaba. Es morada, estancia, noche, isla y mar en un país sin costas. Y es regreso, música e inabolible paisaje. Se encuentra Kampa más allá de una conclusión vital, más allá de su propio espacio vivido; es el metalugar, un jardín no cerrado, levitación verbal, memoria y alcancía de cada una de sus edades adultas... Allí, junto a una de esas replicantes tallas de piedra pómez negra de Braun, en el Puente Carlos, me mostró Clara una fotografía de Vladimír Holan. Yo debía ver unos días más tarde a Josef Kostohryz, poeta del grupo “cristiano” coetáneo de la generación de Vladimír, y lo vi, en su casa del barrio obrero de Kosmonautů, una tarde entera llena de café turco y cigarrillos "Druzba" y con la discretísima presencia de su mujer Marie Kostohryzová, que se limitaba a servirnos de cuando cuando el café (en mayo de 1987, moriría Josef, y le escribí una nota necrológica en el Heraldo). Juntos lloramos, lo confieso sin rubor, en el momento de la despedida: “Na Schledanou, Na Schledanou”, repetía Josef desde la puerta de su apartamento, desde el rellano de la escalera, desde la ventana de su brevísimo salón. En 1990 Pavel Štěpánek y yo tradujimos sus Mohyly (= Túmulos) en Zaragoza, que aparecería ese mismo año.
Volví, volví una y otra vez a Praga, en el 86, en el 87. En 1989, la Academia de Ciencias Checoslovaca me invitó a una estancia de mes y medio para (entre otras cosas) charlar con algunos poetas checos y entrevistarme con algunas personalidades que, muy poco tiempo después, desaparecerían del elenco nominal del nouveau régime de Havel. Entre ellos, visité a Vladimír Justl, el amigo de Holan, la única persona ajena a la familia que tenía franca la entrada en la casa de Kampa. Justl me confió algunos aspectos de la estética, de la ética y de la personalidad literaria holanianas, en las que era un experto (Bagately I y II). Conversamos en un saloncito de la editorial Odeon –donde, a la sazón, Justl trabajaba- acompañados de Jan Hloušek. Pero no sólo me habló de Holan. Justl entreveraba su conversación con alusiones continuas a Clara Janés: ancho campo para mi curiosidad y para la de Justl, pues supe entonces (Clara no me lo había dicho) que había visitado a Holan en su casa de Kampa, en 1975, y que repitió visitas, y que él estuvo presente... Justl me habló del mallarmeanismo de Holan en sus comienzos, de sus paseos por el realismo, por el comprometido naturalismo social, de su afición a Góngora, de su culminación en un simbolismo tan personal, rico y característico que la poesía checa ya no fue la misma desde entonces. La sombra de Holan sobrevolaba toda la poesía de sus coetáneos y consecuentes; su obra era, pues, causa de la epigonía poética checa tras la muerte del maestro. Me apresuré a traducir siete poemas, acompañados de una presentación, para la revista Turia (número 12, octubre 1989), y en ese volumen (página 118) conservo desde el 89 una hoja de castaño de Indias que recogí en Kampa, junto a la casa de Holan, en 1985. La Academia de Ciencias volvió a invitarme durante un mes en 1990 para exponer algunas opiniones críticas sobre la poesía española última de entonces y la generación del 27. Con la “Revolución de Terciopelo” concluida, Holan había adquirido ya la relevancia pública (que no privada) que se le había sustraído en las décadas inmediatamente anteriores. Todo había cambiado. En la residencia que me dispuso la Academia (Hotel Davidková) conté con las visitas de Ivan Wernisch, de Igor Hellberg, del jovencísimo Lubor Kásal, de los redactores de la revista literaria Iniczály y de los nuevos redactores culturales del diario Rudé Pravo. Se trataba de la nueva guardia. Ya no pude ver ni a Blanka Starková ni a Jan Hloušek en la redacción de Radio Praga. Pero sí; era inevitable encontrar paralelismos entre la Generación del 27 española y la coetánea checa, de la que Holan merecía mención aparte. Hedvika Vydrová me condujo a la Universidad Karolina (donde yo había ido los años anteriores -sin conseguirlo- a aprender checo con Oldrich Tichý y Emil Vejvoda), a su cátedra, y allí pude también hablar de la penetración de Holan en la bibliografía española.
El mundo poético de Holan lo había descubierto Clara para los lectores españoles; hablé de ello con Justl (que quería saber más), y nos remitió –decía yo- a su dominio de la noche, a sus enigmas y fantasmagorías, a sus obsesivas preguntas cuyas respuestas son a la vez posibles e imposibles. Al mantener esa tensión, Clara Janés meritó la obra del checo, pero enriqueció la suya y dio la dimensión auténtica a su excelente sensibilidad y sabiduría como traductora.
Clara tuvo razón. A su gusto y perseverancia debemos el conocimiento de la obra de un poeta como la copa de un pino, y, por no importunar con las citas de su repertorio bibliográfico, dejadme decir que su exquisitez exegética fue fiel, oportuna y afortunadamente correspondida con una exposición en la Universidad de Oviedo (11 octubre a 20 diciembre 2005, a la que siguió la de Alcalá de Henares en enero-marzo de 2006), que recogió su justo fervor y, además, preparó una publicación cuidadísima y hermosa para celebrar el centenario de Holan: Camino a Kampa recoge muy buena parte de la apasionada relación literaria de Clara Janés y Vladimír Holan; un tránsito vital, humano, poético... acompañado de la documentación notarial de esa relación que, jalonada por cuatro visitas y un apunte sobre la muerte del poeta en 1980, continúa hoy, pervive entusiásticamente en el corazón de la poeta y en su obra personal. Se juzgaría sólo cortés un comentario de estas características, así que quiero advertir de la franqueza que encierra la sugerencia de leer ese libro-catálogo (Clara Janés-Vladimír Holan, Camino a Kampa, Oviedo, Universidad de Oviedo, Vicerrectorado de Extensión Universitaria, 2005) y hacerse con el DC que lo acompaña: la voz a capella de Clara entonando "Kampa II" a partir de su manuscrito, aliteraciones en ‘m’, ‘r’, ‘v’, ‘l’, ‘s’... que cantan y hablan del amor, del mar, de la muerte, del arrebato, de vuelos y sueños, de sensualismo y luz en una suerte de síntesis exponencial de esos treinta y tantos años de correspondencia en todos sus sentidos, como así consta, pertinentemente, en el epígrafe autoral: “Clara Janés-Vladimír Holan”.
A la vida y a la obra del poeta estuvo dedicada (hasta finales de octubre de 2005) la exposición del palacio Hvezda en Praga, con el título de una de sus antologías: Guardia nocturna del corazón. En el Instituto Cervantes de Praga pudo visitarse la de Clara Janés, entre el 10 de abril y el 31 de mayo de 2006. No sé por dónde anda ahora (si es que anda) esa muestra, pero ojalá pudiéramos verla un día también en Zaragoza. Si no, podéis, entre tanto, leeros las riquísimas 100 páginas de Clara (La voz de Ofelia, Madrid, Siruela, 2005), en las que relata muchas, muchísimas cosas de las que aquí he citado.
2 comentarios:
Tomo nota. Muy interesante experiencia la tuya. A ver si me agencio La Voz de Ofelia. De momento me sumerjo en La Gruta de las Palabras.
Muchas gracias, Pepe. Espero que, a no tardar mucho, me atreva a traducir unos poemillas de Holan de esos que todavía no se han leído en español.
Un abrazo.
MANOLO
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