Las fotografías son de Ángel Sobreviela
Mis muy queridos hermanos Mariano y Alfredo, perfilados emotivamente por el estupendo croupier Miguel Ángel Yusta, estuvieron anoche en La Campana de los Perdidos (Rodo y Elena cuidan de estos sucesivos Heracles sabáticos como lo haría el mejor Anfitrión), llenando el local hasta los baños (que están arriba) durante una sesión más del ciclo Poesía para Perdidos que —puede decirse ya— se ha consolidado como uno de los programas literarios de mayor convocatoria de los que se hacen por aquí e incluso por allá. La Asociación Aragonesa de Escritores tiene mucho que decir en este asunto, pero más los poetas; sin ellos, casi nada es posible. Vivimos en un ambiente social con graves patologías recidivantes y una de las terapias mejores es escuchar a los poetas, como anoche escuchábamos todos, admirando en sagrado silencio, las redondeces perfectas de una seductora palabra contoneándose, atractiva, por entre las conciencias y la revelación de la vida y de la muerte, de la nada y del silencio, de los golpes certeros sobre nuestras dudas. Porque, cuando el poeta habla, todos adivinamos que sus palabras contienen muchas verdades, tantas certezas que desvelan nuestras inadvertencias presentes y mucho de aquel mensaje profético que nos avisa de lo por venir. Mariano Castro y Alfredo Saldaña hicieron anoche eso mismo, y lo expresaron con, además (por si fuera poco), con elevadas dosis de belleza, desnudos ante el ágora, con el ánimo sumido en la mirada que ve y anuda las semánticas a nuestra ánima.
El trío Nadie llenó el intervalo musical con parecido compromiso ético frente a una realidad disgustada y malhumorada, y lo dijo con sus letras y las de otros. Una noche inolvidable, como vienen siendo todas las noches de esos sábados concebidas para perdernos.