Después de haber cenado con Ortiz Albero, Miguel Serrano, Ángel Gracia, Teresa, Vicente Rubio, Brenda Ascoz, Jesús Jiménez, Raquel y Ángel Guinda y reavivado a Rothko y a Pollock, a Oldenburg y Katz, a Klein y Gorky, a Motherwell, a Tom Wolff...
Odio a Rothko, odio a Pollock, odio a Motherwell, odio a Achille Gorky, a Klein, y a Jack O'Hara, y a Greenberg. ¡Mecagüen la leche! Y me los han colado en la cena, sobre todo me los ha colado el Gracia. Un día de estos subiremos al ring él y yo, a ver qué dice entonces. Pero revivimos a dos Miguelángeles: al Longás y al Encuentra, y sus gratísimos recuerdos siempre divertidos, muy humanos gracias a Gracia. La mesa se llenó de anécdotas guindescas (estos paseos por la memoria prestan el significado auténtico a las sugerencias de Bergson: la vida como un álbum fotográfíco (instantáneas) de palabras, álbums que se intercambian y que nos devolveremos el próximo día) adornadas con algunos pasajes de Panero. Fue una cena, a la postre, paneroica.
Y el Panero más revelador, el iconoclasta, el tránsfuga de su generación, el Panero más escatológico, el fijador de los estremecimientos de la virtus, el libidinoso, el inimitable ejemplar, el modelo del amorfismo, el poliontólogo... Todo esto y más he visto y escuchado esta noche en La Campana de los Perdidos de Zaragoza en la voz y los gestos de El Silbo Vulnerado, en la voz y los gestos de Luis Felipe Alegre y Carmen Orte. Carmen ahondaba en las miradas con las cuerdas suavemente quebradas como olas en los placeres y un sonido enaltecido por la voracidad excelsa de sus ojos.
Lo decía Guinda —y tenía razón—: «Luis Felipe gana con los años». Gana en el escenario, gana en dramatización, gana en transmisión, el mejor conductor de la electricidad de las palabras; con gomina o despeinado, calmo o alterado y con cuatro chismes por toda tramoya, monta un espectáculo hondo, con plomada, buscando los fondos, encontrando al necesario receptor de un señuelo irresistible. Esta noche le brillaban los ojos con cada sintagma, en cada enunciado, en cada pauta que hacía del silencio su afirmación; embutido en negro (como alentaba firmemente Neruda), pausado en un espacio incómodo que Luis Felipe convertía en mayestático escenario, y tan cerca, tan cercano a nosotros, nos prendía del hilo irrompible de la voz. Por él, un Panero veraz, un demiurgo en carne izado, reconocible de inmediato en su encarnación dramática.
Las fotografías son de Forega (Brenda Ascoz, Á. Gracia + M. Serrano); César Sánchez Vázquez (Ortiz Albero); Nati Saura (Forega + Guinda).
Odio a Rothko, odio a Pollock, odio a Motherwell, odio a Achille Gorky, a Klein, y a Jack O'Hara, y a Greenberg. ¡Mecagüen la leche! Y me los han colado en la cena, sobre todo me los ha colado el Gracia. Un día de estos subiremos al ring él y yo, a ver qué dice entonces. Pero revivimos a dos Miguelángeles: al Longás y al Encuentra, y sus gratísimos recuerdos siempre divertidos, muy humanos gracias a Gracia. La mesa se llenó de anécdotas guindescas (estos paseos por la memoria prestan el significado auténtico a las sugerencias de Bergson: la vida como un álbum fotográfíco (instantáneas) de palabras, álbums que se intercambian y que nos devolveremos el próximo día) adornadas con algunos pasajes de Panero. Fue una cena, a la postre, paneroica.
Y el Panero más revelador, el iconoclasta, el tránsfuga de su generación, el Panero más escatológico, el fijador de los estremecimientos de la virtus, el libidinoso, el inimitable ejemplar, el modelo del amorfismo, el poliontólogo... Todo esto y más he visto y escuchado esta noche en La Campana de los Perdidos de Zaragoza en la voz y los gestos de El Silbo Vulnerado, en la voz y los gestos de Luis Felipe Alegre y Carmen Orte. Carmen ahondaba en las miradas con las cuerdas suavemente quebradas como olas en los placeres y un sonido enaltecido por la voracidad excelsa de sus ojos.
Lo decía Guinda —y tenía razón—: «Luis Felipe gana con los años». Gana en el escenario, gana en dramatización, gana en transmisión, el mejor conductor de la electricidad de las palabras; con gomina o despeinado, calmo o alterado y con cuatro chismes por toda tramoya, monta un espectáculo hondo, con plomada, buscando los fondos, encontrando al necesario receptor de un señuelo irresistible. Esta noche le brillaban los ojos con cada sintagma, en cada enunciado, en cada pauta que hacía del silencio su afirmación; embutido en negro (como alentaba firmemente Neruda), pausado en un espacio incómodo que Luis Felipe convertía en mayestático escenario, y tan cerca, tan cercano a nosotros, nos prendía del hilo irrompible de la voz. Por él, un Panero veraz, un demiurgo en carne izado, reconocible de inmediato en su encarnación dramática.
Las fotografías son de Forega (Brenda Ascoz, Á. Gracia + M. Serrano); César Sánchez Vázquez (Ortiz Albero); Nati Saura (Forega + Guinda).
2 comentarios:
Para el combate Gracia-Forega me pido un lugar privilegiado, una sillita cerca del ring, dónde la sangre de los púgiles gotee sobre mi camisa.
Salu2 Córneos.
Pues ya sabes, Javier: para verlo tendrás que acercarte a la cena del 22 (todos los 22 de cada mes en la pensión "La Peña", en el Tubo, a las 21,30-22 horas).
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