Un café junto a las Murallas con
Luis Felipe, o la reciente conversación con
Guinda en la cena del 22, un cambio de impresiones en la EXPO con
Nacho Escuín o con
Ricardo Díez, el encuentro fortuito con
Fernando Burbano en la calle Santa Lucía... todas han sido ocasiones en las que se ha abordado el asunto de la descentralización local de la poesía.
Al hilo del programa
Los poetas tienen la palabra en la EXPO, que pretende ir adquiriendo otros compromisos no transitorios, han ido surgiendo preguntas acerca de cuáles son las zonas limítrofes de la cultura zaragozana. Y, claro, resulta de un análisis breve la siguiente conclusiva interrogación: ¿por qué ha de haber zonas limítrofes? La inercia espuria respecto a la consideración de dónde y cómo se hace cultura ha ido empujándola hacia el centro apoyada en un discutible prestigio formal. Es decir, que no cabe —o casi— la posibilidad de que una presentación, una lectura, una reunión literarias se deslinden y salgan del núcleo del Centro.
FNAC,
El Corte Inglés, la
Biblioteca de Aragón, la
DPZ, polarizan este tipo de acontecimientos. Y está muy bien: que así siga siendo siempre que no dejemos de considerar que toda polarización es muy probablemente ficticia. Por eso unos cuantos (y cada vez más) creemos en la necesidad de ir descentrándonos, de que vaya pensándose en que existen otros sitios que pueden muy bien convivir con el convencionalismo de los "otros". Los que acabo de citar constituyen el mosaico reducido, pero, además, reductor de posibilidades; son las elecciones asumidas mientras ignoramos una gran cantidad de alternativas.
El nuevo cuadro de poetas que está dando lustre al género en nuestro territorio ha considerado como natural la búsqueda y el ejercicio de escenarios distintos, y ello ha sido posible, muy probablemente, a la existencia de un cambio de sensibilidad en el subconsciente colectivo más joven y a las buenas relaciones entre quienes los gestionan y quienes finalmente los seducen con propuestas semejantes. Nos encontramos así con garitos donde la poesía ha tenido cabida con todas sus consecuencias: el
Mar de Dios, el
Páramo,
Candy Warhol,
Jane Birkin,
Bar Bacharach, son lugares de copas, de música mildecibélica, pero lugares en los que, esporádicamente, la poesía se ha convertido en una praxis "normal" y la ha administrado dentro de un segmento cronológico inédito. Este hecho hay que celebrarlo y seguir alentándolo pensando también en la posibilidad de crear un circuito espontáneo que se una a los clásicos locales heterodoxos como
La Campana de los Perdidos y el
Bonanza.
Pero esta incipiente desvinculación de la formalidad literaria sugiere otras alternativas que todavía están por explorarse adecuadamente. Si pionero fue el
Bonanza y su
Manolo como local de café y copas donde cupo la poesía; si, con asiduidad, estabilidad y esfuerzo meritorio de nuestro amigo
"Rodo" lo fue también
La Campana de los Perdidos, en el nuevo ámbito que proponemos fue
El Silbo Vulnerado el que con sus
principia inamovibles llevó a los barrios la poesía en sus fisonomías diversas. Lleva
El Silbo catorce años de programación con sus
"Noches de Juglares" (a las que me he referido aquí más de una vez) en colaboración con la Junta de Distrito y la Asociación de Vecinos de
Las Delicias y
El Terminillo. Se trata de un ejemplo mayúsculo y prueba tangible del éxito de este tipo de alternativas.
Esos lugares existen. La Administración Municipal dispone en los barrios, además, de locales técnicamente superdotados (los
Centros Cívicos) susceptibles de acoger estas propuestas y seguro que más de un local privado estaría dispuesto a dejarse seducir por ellas. Deberíamos ser capaces de promover este tipo de iniciativas; ser capaces de colaborar con los grupos sensibilizados ya existentes en los barrios (como la
"Asociación Literaria Rey Fernando" en el
Actur, por ejemplo); deberíamos ser capaces de, sobre todo, desprejuzgarnos, de incrementar nuestro grado de desinterés y de generosidad. Propiciar, promover, más allá de lo que ya existe, alcanzar el extremo de lo posible en el ejercicio práctico de la poesía como elemento normalizado de la cultura de los barrios es —me decía
Ángel Guinda no hace mucho— "una actividad revolucionaria". Y yo estoy de acuerdo. Hoy lo es todavía más si, como pensamos la gran mayoría, asistimos a una progresiva degradación de los valores humanos y a una enajenación consumista de alcance obstinadamente sedante.
Todas las construcciones humanas —y más las culturales— son combinatorias. Axioma tal se ha hecho realidad en los últimos años en
Zaragoza, en
Aragón, a través (no dejaré de insistir en ello) de la desatomización beligerante; es decir, a través de la unión de las diferentes sensibilidades dejando a un lado su heterogeneidad morfológica para prestar la incuestionable atención a su procomún humano, a la amistad antes que al distanciador personalismo. En ello estamos de acuerdo casi todos.
Pues manos a la obra. ¿Cómo? Podemos discutirlo; podemos vernos, hablarlo...
Bene vobis!