E. Cebrián
Noche estelar en La Campana de los Perdidos. La primera sesión de este año del ciclo Poesía para Perdidos que organiza la Asociación Aragonesa de Escritores continúa reuniendo a buena parte de la mejor poesía aragonesa, esta vez en torno a Juan Luis Saldaña y Enrique Cebrián. La noche dio para todo, se dilató como el hierro golpeado por el herrero, poco a poco, pero templadamente, fraguando su densidad con estilismo. Juan Luis Saldaña brilló como speaker y encerró en la ironía algunos dramas para la reflexión posterior, como Valle-Inclán. Usó el guiñol, pero no escondió la cachiporra. Brillante, plural, sarcástico, paródico y, sin embargo, un qué sé yo lindando en la gravedad llenó de tañidos nuestra atención (todavía en mis pabellones suenan sus espigas); tiñó de blanco y negro alguna memoria no extraviada aún, y nos educó.
Enrique Cebrián abrió de par en par los libros, dejó caer, como las gasas de Isis, sus poemas tejidos con cirros, con una veladura honda y sentimental, tangente al yo y secante al tú, a los otros, y dijo de otros y de sí mismo con elegancia muy poco común. Posee esa trascendencia lumínica, reveladora de lo que ha de decirse sin que los demás sepamos cómo.
Digo noche estelar porque, junto a los magníficos textos de ambos, desfiló un elenco de músicos definiendo un rasgo que caracteriza definitivamente a esta generación crítica, entusiasta, culta (ya era hora), divertida: la amistad por encima de las mareas, tácita y también expresa, como en esta noche singular: Ana Muñoz, Octavio Gómez Milián, Luis Cebrián, Pablo Malatesta, Ritchie Fandango, El Inspirado... volvieron sus ojos a ese espejo siempre limpio en los iris del amigo; volcaron las letras en el aire deleble, se conjuraron en un hechizo único y se trajeron consigo a Sergio Algora, Más Birras, Nubosidad Variable. Un todo con los demás en una caverna púrpura abarrotada y expectante, dispuesta, si fuese preciso, a su incineración.
Todo sucedió en Zaragoza, donde algunos francotiradores y francotiradoras voceras siguen mordiéndose sus pestilentes uñas y enloqueciendo porque no dan ni una.
8 comentarios:
Muchas gracias por todo, Manolo.
E.
¡Bien! No pude asistir (Una grabación con mi coral). Me alegro mucho de que fuese, otra vez, una gran noche.
una gran noche!
He leído por ahí ;-) que Ana Muñoz cantó Copenague de los Vetusta Morla, ay, y yo con resaca en la cama que hay toñas que me duran una eternidad.
Salu2 Córneos
Buenos días Manuel.
Yo asistí el 23 de enero a la campana y algunos poemas, frisaban entre un Buenafuente venido a menos y el club de la comedia.
El público decide, aplaude o se sonroja.Para comulgar están las iglesias no los escenarios.
No nos quite usted las ganas de ser público, quizás lo único que nos queda.
Un saludo.
Algunos "francotiradores", no es que no den una, es porque sus pistolas son de juguete y a nadie hacen daño.
Otros, tiran a matar D. Manuel, pero matar, matar, matan bien poco.
Como dice mi amigo Paco, queremos seguir siendo público.
Yo es que pasaba por aquí.
M.G.
¡Hombre, Paco! Hace usted una reducción excesiva de esa noche, de las voces de esa noche. La comunión, en todo caso, no es atributo de la iglesia. Fue antes la gallina que el huevo. También se comulga en los escenarios, naturalmente que sí; y, esa noche, común-unión hubo, claro que la hubo, lo que no quiere decir que fuera del gusto de todos. Pero eso pasa siempre, siempre.
Muy grato tu paso por aquí, Mikaela. Lo que pasa con los francotiradores es que, por lo general, se ocultan y se embadurnan la cara -sin darla- con tintes y breas. Y guardan una moto en marcha para largarse a toda prisa (aunque no siempre pueden evitar que se les vea la matrícula). Algunos juguetes son potencialmente peligrosos y lo más recomendable es destruirlos o, mejor, esconderlos en el desván junto a las ratas.
Saludos.
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